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Un Trono para Las Hermanas
Morgan Rice


Un Trono para Las Hermanas #1
Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) De la escritora #1 en ventas Morgan Rice llega una nueva e inolvidable serie de fantasía. En UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro uno), Sofía, de 17 años y su hermana pequeña Catalina, de 15, están desesperadas por marchar de su horrible orfanato. A pesar de ser huérfanas, no deseadas y no queridas, sueñan con hacerse adultas en otro lugar, o con encontrar una vida mejor, aunque ello signifique vivir en las calles de la despiadada ciudad de Ashton. Sofía y Catalina también son las mejores amigas y se tienen la una a la otra. Aun así, quieren diferentes cosas de la vida. Sofía, romántica y más elegante, sueña con entrar en la corte y encontrar a un noble del que enamorarse. Catalina, una luchadora, sueña con dominar la espada, luchar contra dragones y convertirse en guerrera. Sin embargo, las dos están unidas por su poder secreto y sobrenatural de leer la mente de los demás, su única gracia salvadora en un mundo que parece empeñado en destruirlas. Cuando se lanzan cada una a su manera a una misión y aventura, luchan por sobrevivir. Enfrentadas con decisiones que ninguna puede imaginar, sus elecciones pueden empujarlas hasta el poder más alto o hundirlas en lo más profundo. Pronto se publicará el Libro # 2 UNA CORTE PARA LOS LADRONES. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)







UN TRONO PARA LAS HERMANAS



(LIBRO 1)



MORGAN RICE


Morgan Rice



Morgan Rice tiene el #1 en Г©xito de ventas como el autor mГЎs exitoso de USA Today con la serie de fantasГ­a Г©pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGГЌA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalГ­ptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasГ­a Г©pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasГ­a Г©pica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan estГЎn disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones estГЎn disponibles en mГЎs de 25 idiomas.

A Morgan le encanta escucharte, asГ­ que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las Гєltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ВЎy seguirla de cerca!


Algunas opiniones sobre Morgan Rice



«Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita».

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



«Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más».

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)



«Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos».

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



В«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un Г©xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaГ±o y traiciГіn. Lo entretendrГЎ durante horas y satisfarГЎ a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del gГ©nero fantГЎsticoВ».

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

«En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante».

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)



UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIГ“N DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIГ“N DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEГ‘O DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGГЌA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



VAMPIRA, CAГЌDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIГ“N (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


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Derechos Reservados В© 2017 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepciГіn de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaciГіn puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaciГіn de informaciГіn, sin la autorizaciГіn previa de la autora. Este libro electrГіnico estГЎ disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrГіnico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si estГЎ leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo comprГі solamente para su uso, por favor devuГ©lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficciГіn. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaciГіn de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.


ГЌNDICE



CAPГЌTULO UNO (#ub2ed628e-0feb-5adb-b0b7-040eb680ed63)

CAPГЌTULO DOS (#u50b9d5d1-8f4a-5587-9c3c-5ff0eeeabd5d)

CAPГЌTULO TRES (#u50528cd3-e7a1-5238-a5e1-21b6a181566b)

CAPГЌTULO CUATRO (#u138f4fba-39ab-5b2c-8682-cdaaed132661)

CAPГЌTULO CINCO (#u6522daec-0267-58e6-8d4e-fe72a350151e)

CAPГЌTULO SEIS (#u362ec290-6de6-531c-9722-03c4a1ddc84b)

CAPГЌTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO VEINTIDГ“S (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPГЌTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)




CAPГЌTULO UNO


De todas las cosas que se podГ­an odiar en la Casa de los Abandonados, la muela era la que mГЎs temГ­a SofГ­a. GemГ­a mientras empujaba una palanca conectados a un poste gigante que desaparecГ­a en el suelo mientras, a su alrededor, las otras huГ©rfanas empujaban las suyas. Al empujarla, sentГ­a dolor y sudaba, su pelo rojo se enredaba por el esfuerzo, su ГЎspero vestido gris se manchaba aГєn mГЎs de sudor. Ahora su vestido era mГЎs corto de lo que ella querГ­a, se subГ­a a cada paso largo para mostrar el tatuaje en forma de mГЎscara de su pantorrilla, seГ±alГЎndola como lo que era: una huГ©rfana, una cosa poseГ­da.

Las cosas eran incluso peor para las otras chicas que había allí. A los diecisiete años, por lo menos Sofía era una de las más mayores y más grandes. La única persona más mayor en la sala era la Hermana O’Venn. La monja de la Diosa Enmascarada vestía el hábito negro azabache de la orden, junto con una máscara de encaje a través de la que podía ver hasta el más mínimo detalle de error, tal y como todas las huérfanas no tardaban en descubrir. La hermana sostenía la correa de cuero que usaba para repartir el castigo, doblada entre sus manos mientras hablaba sin cesar al fondo, pronunciando las palabras del Libro de las Máscaras, homilías sobre la necesidad de perfeccionar a las almas abandonadas como ellas.

—En este lugar aprendéis a ser útiles —entonó—. En este lugar aprendéis a ser valiosas, ya que no lo fuisteis para las mujeres de mala vida que os trajeron al mundo. La Diosa Enmascarada nos dice que debemos dar forma a nuestro lugar en el mundo a través de nuestros esfuerzos, y hoy vuestros esfuerzos giran los molinos que muelen el maíz y… ¡atiende, Sofía!

SofГ­a se encogiГі de dolor al notar el impacto del cinturГіn al dar un chasquido. ApretГі los dientes. ВїCuГЎntas veces la habГ­an golpeado las hermanas en su vida? ВїPor hacer lo incorrecto o por no hacer lo correcto con la suficiente rapidez? ВїPor ser lo suficientemente hermosa como para que eso constituyera un pecado en y por sГ­ mismo? ВїPor tener el pelo rojo de una persona problemГЎtica?

Ay, si conocieran su talento. Se estremecГ­a al pensarlo. Pues en ese momento, la hubieran golpeado hasta la muerte.

—¿Me estás ignorando, niña estúpida? —exigió la monja. Golpeó una y otra vez—. ¡Arrodillaos de cara a la pared, todas!

Esa era la peor parte: no importaba para nada que lo hicieras todo bien. Las monjas golpeaban a todas las chicas por los errores de una.

—Se os tiene que recordar —dijo bruscamente la Hermana O’Venn, mientras Sofía oía chillar a una chica—lo que sois. Dónde estáis. —Otra chica gimoteó cuando la correa de cuero le golpeó la carne—. Sois las hijas que nadie quiso. Sois propiedad de la Diosa Enmascarada, quien os dio un hogar por su gracia.

Daba vueltas por la sala y SofГ­a sabГ­a que ella serГ­a la Гєltima. La idea era hacerla sentir culpable del dolor de las demГЎs y darles tiempo a ellas por causarles esto, antes de recibir su castigo.

El castigo que estaba esperando arrodillada.

Cuando podГ­a simplemente marcharse.

Ese pensamiento le venía de forma tan espontánea a Sofía que debía comprobar que no se lo enviaba de algún modo su hermana pequeña, o que no lo cogía de alguna de las otras. Ese era el problema con un talento como el suyo: venía cuando quería, no cuando lo llamaban. Pero parecía que el pensamiento realmente era suyo… y aun más, era cierto.

Era mejor arriesgarse a morir que quedarse aquГ­ un dГ­a mГЎs.

Por supuesto, si se atrevГ­a a marcharse, el castigo serГ­a peor. Siempre encontraban un modo de hacerlo peor. SofГ­a habГ­a viso chicas morir de hambre durante dГ­as por haber robado o haberse resistido, haber sido obligadas a permanecer de rodillas, haberlas golpeado cuando intentaban dormir.

Pero a ella ya no le preocupaba. Algo en su interior habГ­a cruzado la lГ­nea. El miedo no podГ­a afectarla, porque de todas formas era abrumado por el miedo de lo que sucederГ­a pronto.

Al fin y al cabo, hoy cumplГ­a diecisiete aГ±os.

Ahora era lo suficientemente mayor para devolver sus años de “cuidado” a manos de las hermanas –para ser contratada y vendida como el ganado. Sofía sabía lo que les pasaba a las huérfanas que alcanzaban la mayoría de edad. Comparado con eso, no había paliza que importara.

De hecho, habГ­a estado dГЎndole vueltas en su mente durante semanas. Temiendo este dГ­a, su cumpleaГ±os.

Y ahora habГ­a llegado.

Para su propia sorpresa, SofГ­a actuГі. Se levantГі sin sobresaltos y mirГі alrededor. La atenciГіn de la monja estaba en otra chica, a la que azotaba violentamente, asГ­ que solo le costГі un momento escabullirse hasta la puerta en silencio. Probablemente las otras chicas ni se habГ­an dado cuenta, o si lo hicieron, estaban demasiado asustadas para decir algo.

SofГ­a saliГі a uno de los pasillos blancos lisos del orfanato, moviГ©ndose sin hacer ruido, para alejarse de la sala de trabajo. Por allГ­ habГ­a otras monjas, pero siempre y cuando se moviera con decisiГіn, serГ­a suficiente para evitar que la detuvieran.

ВїQuГ© acababa de hacer?

Sofía continuó andando aturdida por la Casa de los Abandonados, sin apenas poder creer que realmente lo estaba haciendo. Había razones por las que no se molestaban en cerrar con llave las puertas delanteras. La ciudad que había al otro lado de las puertas era un lugar duro –y todavía más duro para aquellos que habían empezado la vida como huérfanos. Ashton tenía los ladrones y matones que cualquier ciudad –pero también albergaba a los cazadores que capturaban a los contratados como esclavos que escapaban y personas libres que la escupirían simplemente por lo que era.

Y despuГ©s estaba su hermana. Catalina solo tenГ­a quince aГ±os. SofГ­a no querГ­a arrastrarla a algo peor. Catalina era fuerte, mГЎs fuerte incluso que ella, pero seguГ­a siendo la hermana pequeГ±a de SofГ­a.

SofГ­a deambulГі hasta los claustros y el patio donde se mezclaban con los chicos del orfanato de al lado, para intentar averiguar dГіnde estarГ­a su hermana. No podГ­a irse sin ella.

Ya estaba casi allГ­ cuando oyГі chillar a una chica.

SofГ­a se dirigiГі hacia el ruido, medio sospechando que su hermana se hubiera metido en otra pelea. Pero cuando llegГі al patio, no encontrГі a su hermana en medio de la riГ±a de una multitud, sino a otra chica. Esta era incluso mГЎs joven, quizГЎs de unos trece aГ±os, y la estaban empujando y abofeteando tres chicos que casi eran lo suficientemente mayores para que los vendieran como aprendices o para el ejГ©rcito.

—¡Parad ya! —chilló Sofía, sorprendiéndose a sí misma tanto como pareció sorprender a los chicos que había allí. Normalmente la regla era pasar de largo de cualquier cosa que sucediera en el orfanato. Te quedabas quieta y recordabas tu sitio. Sin embargo, ahora ella dio un paso al frente.

—Dejadla en paz.

Los chicos se detuvieron, pero solo para mirarla fijamente.

El mГЎs mayor de ellos fijГі la mirada en ella con una sonrisa maliciosa.

—Bueno, bueno, chicos —dijo—, parece ser que tenemos a otra que no está donde debería estar.

TenГ­a rasgos contundentes y el tipo de mirada muerta que solo viene de aГ±os en la Casa de los Abandonados.

Dio un paso al frente y, antes de que SofГ­a pudiera reaccionar, la agarrГі por el brazo. Ella se dispuso a abofetearlo, pero Г©l era demasiado rГЎpido, y la empujГі contra el suelo. Era en momentos como estos que SofГ­a deseaba tener las habilidades para la lucha de su hermana, la habilidad para reunir una brutalidad inmediata de la que SofГ­a, a pesar de su astucia, era incapaz.

«De todos modos te van a vender como una puta… también podría aprovechar mi turno».

SofГ­a se sobresaltГі al escuchar sus pensamientos. Daban una sensaciГіn casi repulsiva y supo que eran de Г©l. El pГЎnico brotГі en ella.

EmpezГі a pelear, pero Г©l le sujetaba los brazos con facilidad.

Solo habГ­a una cosa que podГ­a hacer. PerdiГі su concentraciГіn, apelando a su talento con la esperanza de que esta vez funcionara para ella.

«¡Catalina —envió—, el patio! ¡Ayúdame!»



*



—Con más elegancia, Catalina! —exclamó la monja—. ¡Con mucha más elegancia!

Catalina no tenГ­a mucho tiempo para la elegancia, pero aГєn asГ­ hizo el esfuerzo de verter agua en la copa que sujetaba la hermana. La Hermana Yvaina la contemplaba sentenciosamente desde debajo de su mГЎscara.

—No, todavía no lo tienes. Y sé que no eres torpe, niña. Te he visto haciendo piruetas en el patio.

Pero no la habГ­a castigado por ello, lo que daba a entender que la Hermana Yvaina no era de las peores. Catalina lo intentГі de nuevo, con la mano temblorosa.

Se suponía que ella y las otras chicas debían aprender a servir las mesas nobles con elegancia, pero lo cierto era que Catalina no estaba hecha para eso. Era demasiado baja y demasiado musculosa para el tipo de feminidad elegante que las monjas tenían en mente. Existía una razón por la que ella llevaba el pelo corto, cortado como a hachazos. En el mundo ideal, donde ella era libre para escoger, anhelaba ser la aprendiz de un forjador o, quizás, de uno de los grupos de actores que trabajaban en la ciudad –o tal vez incluso la oportunidad de unirse al ejército como hacían los chicos. Esta elegante manera de servir era el tipo de lección de la que su hermana, con su sueño de aristocracia, hubiera disfrutado –pero ella no.

Como si el pensamiento la hubiera llamado, de repente Catalina gritГі al oГ­r la voz de su hermana en su mente. Sin embargo, dudГі; su talento no siempre era tan fiable.

Pero entonces vino de nuevo y entonces tambiГ©n lo acompaГ±aba el sentimiento que habГ­a detrГЎs de Г©l.

«¡Catalina, el patio! ¡Ayúdame!»

Catalina podГ­a notar el miedo.

Se alejГі bruscamente de la monja, de manera involuntaria y, al hacerlo, derramГі la jarra de agua por el suelo de piedra.

—Lo siento —dijo—. Tengo que irme.

La Hermana Yvaina todavГ­a estaba mirando fijamente al agua.

—¡Catalina, limpia eso enseguida!

Pero Catalina ya estaba corriendo. Probablemente despuГ©s le darГ­an una paliza por ello, pero ya le habГ­an dado una paliza antes. No significaba nada. Ayudar a la Гєnica persona en el mundo que le importaba sГ­.

CorrГ­a por el orfanato. ConocГ­a el camino, pues habГ­a aprendido cada uno de los giros y vueltas de aquel lugar durante aГ±os desde que la abandonaron aquГ­ aquella noche horrible. Tarde de noche, tambiГ©n escapaba de los incesantes ronquidos y del hedor del dormitorio cuando podГ­a, para disfrutar del lugar en la oscuridad cuando era la Гєnica que estaba despierta, cuando el Гєnico ruido era el taГ±ido de las campanas de la ciudad, y descubrГ­a cada recoveco de sus paredes. TenГ­a la sensaciГіn de que un dГ­a lo necesitarГ­a.

Y ahora lo necesitaba.

Catalina escuchaba el sonido de su hermana, peleando y pidiendo ayuda. Por instinto, se agachГі para entrar en una habitaciГіn, agarrГі un atizador de la chimenea y continuГі. Lo que harГ­a con Г©l no lo sabГ­a.

IrrumpiГі en el patio y el corazГіn se le cayГі al suelo al ver que dos chicos sujetaban a su hermana mientras otro hurgaba torpemente en su vestido.

Catalina sabГ­a exactamente lo que tenГ­a que hacer.

Una furia primaria la abrumГі, una rabia que no podГ­a controlar aunque lo quisiera, y Catalina fue a toda prisa hacia delante con un rugido, balanceando el atizador hacia la cabeza del primer chico. Cuando Catalina golpeГі, Г©l se girГі, asГ­ que el golpe no fue tan bueno como ella querГ­a, pero fue suficiente para tumbarlo mientras se cogГ­a con fuerza el lugar donde le habГ­a golpeado.

AtacГі a otro, alcanzГЎndole la rodilla mientras se ponГ­a de pie y haciГ©ndolo caer. GolpeГі al tercero en la barriga, hasta que desfalleciГі.

ContinuГі golpeando, pues no querГ­a dar tiempo a los chicos para que se recuperaran. HabГ­a estado en muchas peleas durante sus aГ±os en el orfanato y sabГ­a que no podГ­a fiarse ni del tamaГ±o ni de la fuerza. La rabia era lo Гєnico que la podГ­a ayudar a superarlo. Y, afortunadamente, eso le sobraba.

GolpeГі y golpeГі hasta que los chicos se retiraron. Puede que los hubieran preparado para unirse al ejГ©rcito, pero los Hermanos Enmascarados de su bando no les enseГ±aban a luchar. Eso hubiera hecho que fueran muy difГ­ciles de controlar. Catalina golpeГі a uno de los chicos en la cara y, a continuaciГіn, se girГі para golpear a otro en el hombro con un chasquido de hierro sobre hueso.

—Levántate —le dijo a su hermana, tendiéndole la mano—. ¡Levántate ya!

Su hermana se levantГі aturdida, tomando la mano de Catalina como si, por una vez, fuera ella la hermana pequeГ±a.

Catalina saliГі corriendo y su hermana corriГі con ella. SofГ­a parecГ­a volver en sГ­ mientras corrГ­an, algo de su antigua seguridad parecГ­a volver mientras corrГ­an por los pasillos del orfanato.

Catalina escuchaba gritos tras ellas, de los chicos o de las monjas o de ambos. No le preocupaba. SabГ­a que no habГ­a otra salida para escapar.

—No podemos volver —dijo Sofía—. Tenemos que dejar el orfanato.

Catalina asintiГі. Algo asГ­ no les supondrГ­a solo una paliza como castigo. Pero entonces Catalina recordГі.

—Entonces, vayámonos —respondió Catalina corriendo—. Pero primero tengo que…

—No —dijo Sofía—. No hay tiempo. Déjalo todo. Lo que debemos hacer es irnos.

Catalina negГі con la cabeza. HabГ­a algunas cosas que no se podГ­an dejar atrГЎs.

AsГ­ que, fue corriendo en direcciГіn al dormitorio, sin soltar el brazo de SofГ­a para que esta la siguiera.

El dormitorio era un lugar deprimente, con unas camas que eran poco mГЎs que unos listones de madera que sobresalГ­an de la pared como estanterГ­as. Catalina no era tan estГєpida como para poner nada importante en el pequeГ±o baГєl que estaba a los pies de su cama, donde cualquiera podГ­a robarlo. En su lugar, se dirigiГі hacia una grieta que habГ­a entre dos tablas del suelo, agitГЎndolas con los dedos hasta que una se levantГі.

—Catalina —Sofía resopló y jadeó, mientras cogía aire—, no hay tiempo.

Catalina negГі con la cabeza.

—No lo dejaré aquí.

SofГ­a tenГ­a que saber lo que habГ­a venido a buscar; el Гєnico recuerdo que tenГ­a de aquella noche, de su antigua vida.

Finalmente, el dedo de Catalina se agarrГі al metal y levantГі el medallГіn limpiГЎndolo para que brillara en la tenue luz.

Cuando era niГ±a, estaba segura de que era oro de verdad; una fortuna esperando a ser gastada Cuando se hizo mГЎs mayor, habГ­a entendido que era una aleaciГіn mГЎs barata, pero para entonces, ya tenГ­a mucho mГЎs valor que el oro para ella de todos modos. La miniatura de dentro, de una mujer que sonreГ­a mientras un hombre tenГ­a la mano encima de su hombro, era lo mГЎs cercano que tenГ­a a un recuerdo de sus padres.

Catalina normalmente no lo llevaba puesto por miedo a que una de las otras niГ±as, o las monjas, se lo quitaran. Ahora, se lo metiГі dentro del vestido.

—Vámonos —dijo.

Corrieron hacia la puerta del orfanato, que supuestamente siempre estaba abierta porque la Diosa Enmascarada se habГ­a encontrado las puertas cerradas cuando visitГі el mundo y habГ­a condenado a los que estaban dentro. Catalina y SofГ­a corrieron por los giros y vueltas de los pasillos, hasta salir al vestГ­bulo, mirando alrededor por si las perseguГ­an.

Catalina los escuchaba, pero ahora mismo solo habГ­a la hermana que normalmente estaba al lado de la puerta: una mujer voluminosa que se moviГі para bloquearles el camino incluso mientras las dos se acercaban. Catalina se puso colorada al recordar inmediatamente todos los aГ±os de palizas que habГ­a recibido de sus manos.

—Aquí estáis —dijo en un tono severo—. Vosotras dos habéis sido muy desobedientes y…

Catalina no se detuvo; le golpeГі en el estГіmago con el atizador, lo suficientemente fuerte como para que se doblara de dolor. Ahora mismo, deseaba que fuera una de las elegantes espadas que llevaban los cortesanos, o quizГЎs un hacha. Tal y como estaban las cosas, tuvo que conformarse con aturdir a la mujer el tiempo suficiente para que ella y SofГ­a pasaran corriendo por delante de ella.

Pero entonces, justo cuando Catalina estaba atravesando las puertas, se detuvo.

—¡Catalina! —chilló Sofía, con pánico en la voz—. ¡Vámonos! ¡¿Qué estás haciendo?!

Pero Catalina no pudo controlarlo. Incluso con los gritos de aquellos que las perseguГ­an de forma implacable. Incluso sabiendo que ponГ­a en peligro la libertad de las dos.

Dio dos pasos hacia delante, levantГі el atizador en alto y golpeГі a la monja una y otra vez en la espalda.

La monja gruГ±Г­a y gritaba a cada golpe y cada ruido era mГєsica para el oГ­do de Catalina.

—¡Catalina! —suplicó Sofía, al borde de las lágrimas.

Catalina mirГі fijamente a la monja durante un buen rato, demasiado rato, pues necesitaba grabar esa imagen de venganza, de justicia, en su mente. SabГ­a que la sustentarГ­a durante las horribles palizas que podrГ­an venir a continuaciГіn.

Entonces dio la vuelta y escapГі con su hermana de la Casa de los Abandonados, como dos fugitivas de un barco que se estГЎ hundiendo. El hedor, el ruido y el bullicio de la ciudad golpearon a Catalina, pero esta vez no redujo la velocidad.

CogiГі la mano de su hermana y corrieron.

Y corrieron.

Y corrieron.

Y, a pesar de todo, respirГі profundamente y sonriГі ampliamente.

Aunque fuera por poco tiempo, habГ­an encontrado la libertad.




CAPГЌTULO DOS


SofГ­a nunca habГ­a tenido tanto tiempo, pero a la vez, nunca se habГ­a sentido tan viva, o tan libre. Mientras corrГ­a por la ciudad con su hermana, escuchГі que Catalina gritaba de alegrГ­a por la emociГіn y esto la aliviaba igual que la aterrorizaba. Esto lo hacГ­a demasiado real. Su vida nunca volverГ­a a ser la misma.

—Silencio —insistió Sofía—. Los atraerás hacia nosotras.

—Van a venir de todas formas —respondió su hermana—. También podríamos divertirnos.

Como para dejarlo mГЎs claro, esquivГі un caballo, cogiГі una manzana de una carreta y y corriГі por los adoquines de Ashton.

La ciudad estaba animada con el mercado que venГ­a cada Sexto DГ­a y SofГ­a mirГі a su alrededor, sobresaltada por todo lo que veГ­a, oГ­a y olГ­a. De no ser por el mercado, no tendrГ­a ni idea de quГ© dГ­a era. En la casa de los Abandonados, estas cosas no importaban, solo los interminables ciclos de oraciГіn y trabajo, castigo y aprendizaje por repeticiГіn.

«Corre más deprisa» —le envió su hermana.

El ruido de silbidos y gritos de algГєn lugar por allГЎ atrГЎs la incitГі a coger mГЎs velocidad. SofГ­a siguiГі por un callejГіn y despuГ©s siguiГі con dificultad a Catalina mientras esta subГ­a por un muro. Su hermana, a pesar de su impetuosidad, era demasiado rГЎpida, como un mГєsculo fuerte y sГіlido esperando a saltar.

SofГ­a apenas conseguГ­a trepar mientras se oГ­an mГЎs silbidos y, cuando ya estaba casi arriba del todo, la fuerte mano de Catalina la estaba esperando, como siempre. Se dio cuenta de que, incluso en esto, eran muy diferentes: la mano de Catalina era ГЎspera, dura y musculosa, mientras que los dedos de SofГ­a eran largos, finos y delicados.

В«Dos lados de la misma monedaВ», solГ­a decir su madre.

—Han reunido a los vigilantes —exclamó Catalina incrédula, como si de algún modo eso no fuera jugar limpio.

—¿Qué esperabas? —respondió Sofía—. Estamos escapando antes de que puedan vendernos.

Catalina siguiГі por unos escalones estrechos de adoquines y, a continuaciГіn, hacia un espacio abierto donde se agolpaba la gente. SofГ­a se obligГі a ir mГЎs despacio mientras se acercaban al mercado de la ciudad, sujetando a Catalina por el antebrazo para que no corriera.

«Nos camuflaremos más si no corremos» —envió Sofía, sin el suficiente aliento para respirar.

Catalina no parecГ­a convencida, pero aГєn asГ­ fue al ritmo de SofГ­a.

Caminaban lentamente, rozando al pasar a la gente que se apartaba, reticentes evidentemente a arriesgarse a tener contacto con cualquiera que fuera de tan baja cuna como ellas. Tal vez pensaban que las habГ­an mandado a las dos a algГєn recado.

SofГ­a se esforzaba por dar la impresiГіn de que estaba simplemente dando un vistazo mientras utilizaban a la multitud como camuflaje. Miraba alrededor, hacia la torre del reloj que habГ­a encima del templo de la Diosa Enmascarada, a los diferentes puestos, a las tiendas con fachada de cristal que habГ­a detrГЎs de ellos. En una esquina de la plaza habГ­a un grupo de actores, que representaban uno de los cuentos tradicionales vestidos con un elaborado vestuario mientras uno de los censores observaba desde el borde de la multitud que los rodeaba. HabГ­a un reclutador del ejГ©rcito de pie sobre una caja, intentando alistar tropas para la nueva guerra que iba a adueГ±arse de esta ciudad, una batalla inminente al otro lado del Canal PuГ±al-Agua.

SofГ­a vio que su hermana observaba al reclutador y tirГі de ella.

«No» —envió Sofía—. «Eso no es para ti».

Catalina estaba a punto de responder cuando, de repente, empezaron de nuevo los gritos detrГЎs de ellas.

Las dos salieron disparadas.

SofГ­a sabГ­a que ahora nadie las ayudarГ­a. Esto era Ashton, lo que significaba que ella y Catalina eran las que estaban donde no tocaba. Nadie intentarГ­a ayudar a dos fugitivas.

De hecho, cuando alzГі la vista, SofГ­a vio que alguien se dirigГ­a hacia ellas, para cerrarles el paso. Nadie permitirГ­a que dos huГ©rfanas escaparan de lo que debГ­an, de lo que eran.

Unas manos las agarraron y ahora tenГ­an que pelear por escapar. SofГ­a dio una bofetada a una mano que tenГ­a sobre el hombro, mientras Catalina golpeaba agresivamente con su atizador robado.

Se abriГі un agujero delante de ellas y SofГ­a vio que su hermana corrГ­a hacia una serie de andamios de madera abandonados que habГ­a al lado de un muro de piedra, donde los albaГ±iles debГ­an haber estado intentando enderezar una fachada.

«¿Otra vez a escalar?» —envió Sofía.

«No nos seguirán» —replicó su hermana.

Lo que probablemente era cierto, aunque solo fuera porque el hatajo de gente comГєn que las perseguГ­a no arriesgarГ­a de ese modo sus vidas. Sin embargo, a SofГ­a le daba temor. Pero ahora mismo, no se le ocurrГ­an ideas mejores.

Sus manos temblorosas se agarraron a los listones de madera del andamio y empezГі a subir.

En cuestiГіn de segundos, le empezaron a doler los brazos, pero para entonces o continuaba o caГ­a y, incluso de no haber habido adoquines allГЎ abajo, SofГ­a no querГ­a caer con casi una multitud persiguiГ©ndola.

Catalina ya estaba esperando arriba del todo, todavía sonriendo como si todo eso fuera un juego. Allí estaba su mano de nuevo y tiró de Sofía para que subiera; y de nuevo empezaron a correr –esta vez sobre los tejados.

Catalina siguiГі por un agujero que llevaba a otro tejado, saltando sobre el techo de paja como si no le preocupara el peligro de atravesarlo. SofГ­a la siguiГі, reprimiendo la necesidad de chillar cuando casi resbalГі y brincando despuГ©s con su hermana hacia una secciГіn baja, donde una docena de chimeneas escupГ­an humo de un horno que habГ­a debajo.

Catalina intentГі correr de nuevo pero SofГ­a, al darse cuenta de la oportunidad, la agarrГі y tirГі de ella hasta el tejado de paja, escondiГ©ndose entre los montones.

«Espera» —envió.

Ante su asombro, Catalina no protestГі. MirГі alrededor mientras estaban agachadas en la parte plana del tejado, sin hacer caso del calor que subГ­a de los fuegos de abajo y vio lo escondidas que estaban. El humo nublaba casi todo lo que estaba a su alrededor, metiГ©ndolas dentro de una niebla que las escondГ­a. AllГЎ arriba parecГ­a una segunda ciudad, con cuerdas para la ropa, banderas y banderines que las cubrГ­an todo lo que podГ­an desear. Si se quedaban quietas, era imposible que alguien las pudiera localizar aquГ­. Nadie serГ­a tan estГєpido tampoco como para arriesgarse a pisar la paja.

SofГ­a mirГі alrededor. A su manera, habГ­a paz allГЎ arriba. HabГ­a lugares en los que las casas estaban tan cerca que los vecinos se tocaban si alargaban los brazos y, mГЎs lejos, SofГ­a vio que vaciaban un orinal en la calle. Nunca habГ­a tenido la ocasiГіn de ver la ciudad desde este ГЎngulo, las torres del clero y los fabricantes de licores, los guardianes del reloj y los hombres sabios que sobresalГ­an del resto, el palacio situado dentro de su propio anillo de muros como si fuera un carbГєnculo brillante sobre la piel de todo lo demГЎs.

Se encorvГі allГ­ con su hermana, rodeando a Catalina con los brazos y esperaron a que los ruidos de la persecuciГіn pasaran de largo allГЎ abajo.

QuizГЎs, solo quizГЎs, encontrarГ­an una salida.




CAPГЌTULO TRES


La maГ±ana se fundiГі en la tarde antes de que SofГ­a y Catalina se atrevieran a salir de su escondite. Tal y como SofГ­a habГ­a pensado, nadie habГ­a osado trepar hasta los tejados en su busca y, aunque los ruidos de la persecuciГіn se habГ­an acercado, nunca lo habГ­an hecho lo suficiente.

Ahora, parecГ­a que se habГ­an desvanecido completamente.

Catalina se asomГі y mirГі hacia abajo, a la ciudad. El bullicio de la maГ±ana habГ­a desaparecido, sustituido por un ritmo y una multitud mГЎs relajados.

—Tenemos que bajar de aquí —susurró Sofía a su hermana.

Catalina asintiГі.

—Me muero de hambre.

SofГ­a lo comprendГ­a. HacГ­a rato que se habГ­an terminado la manzana robada y el hambre tambiГ©n empezaba a roer en su estГіmago.

Bajaron hasta la calle y SofГ­a seguГ­a mirando alrededor mientras lo hacГ­an. Aunque los ruidos de la gente que las perseguГ­a habГ­an desaparecido, una parte de ella estaba convencida de que alguien se les echarГ­a encima en el momento en el que tocaran el suelo.

Caminaban lenta y cuidadosamente por las calles, intentando ocultarse todo lo que podГ­an. Pero era imposible evitar a la gente en Ashton, simplemente porque habГ­a demasiada. Las monjas no se habГ­an molestado en enseГ±arles el aspecto del mundo, pero SofГ­a habГ­a oГ­do hablar de que habГ­a ciudades mГЎs grandes mГЎs allГЎ de los Estados Mercantes.

Ahora mismo, costaba creerlo. HabГ­a gente allГЎ donde mirara, aunque la mayorГ­a de la poblaciГіn de la ciudad ahora mismo debГ­a estar dentro, trabajando duro. HabГ­a niГ±os jugando en la calle, mujeres que iban y venГ­an de los mercados y de las tiendas, obreros que llevaban herramientas y escaleras. HabГ­a tabernas y teatros, tiendas que vendГ­an cafГ© de las tierras recientemente descubiertas mГЎs allГЎ del OcГ©ano Espejo, bares en los que a la gente parecГ­a interesarle casi tanto hablar como comer. Apenas podГ­a creer que veГ­a gente riendo, felices, tan despreocupados, pasando el tiempo ociosos y disfrutando. Apenas podГ­a creer que un mundo asГ­ pudiera incluso existir. Era un contraste impactante con el silencio y la obediencia obligatoria del orfanato.

«Hay mucho» —envió Sofía a su hermana, observando los puestos de comida que había por todas partes, sintiendo cómo crecía su dolor de estómago a cada olor que pasaban.

Catalina dio una mirada a su alrededor. EscogiГі uno de los bares y avanzГі hacia Г©l con cuidado, mientras la gente que habГ­a fuera se reГ­an de un aspirante a filГіsofo que intentaba argumentar cuГЎnto del mundo era realmente posible conocer.

—Te sería más fácil si estuvieras borracho —interrumpió uno de ellos.

Otro se girГі hacia SofГ­a y Catalina mientras estas se acercaban. Se podГ­a palpar la hostilidad.

—Aquí no queremos a los de vuestra clase —se burló—. ¡Fuera!

Esta pura rabia era mГЎs de lo que SofГ­a habГ­a esperado. AГєn asГ­, volviГі arrastrando los pies hasta la calle, tirando de Catalina para que su hermana no hiciera nada de lo que se pudieran arrepentir. Puede que se le hubiera caГ­do el atizador en algГєn lugar mientras escapaban de la multitud, pero sin duda su mirada decГ­a que querГ­a darle golpes a algo.

Entonces no les quedГі elecciГіn: tendrГ­an que robar su comida. SofГ­a habГ­a tenido esperanzas de que alguien pudiera mostrarles caridad. Pero ella sabГ­a que el mundo no funcionaba asГ­.

Ambas se dieron cuenta de que era el momento de usar sus talentos, asintiendo la una a la otra en silencio y a la vez. Se colocaron una a cada lado de un callejГіn y ambas observaban y esperaban mientras una panadera trabajaba. SofГ­a esperГі hasta que la panadera pudo leer sus pensamientos y, entonces, le dijo lo que querГ­a escuchar.

«Oh, no» —pensó la panadera—. ¿Cómo los pude olvidar dentro?»

Apenas la panadera hubo tenido este pensamiento SofГ­a y Catalina se pusieron enseguida en acciГіn, corriendo a toda prisa en el segundo en que la mujer les dio la espalda para entrar a por los bollos. Se movieron con rapidez, cada una agarrГі una brazada de pasteles, los suficientes como para llenar sus barrigas hasta casi explotar.

Las dos se agacharon detrГЎs de un callejГіn y comieron vorazmente. Pronto, SofГ­a sintiГі que tenГ­a la barriga llena, una sensaciГіn extraГ±a y agradable, y una que jamГЎs habГ­a tenido. La Casa de los Abandonados no creГ­a en alimentar a sus cargas mГЎs que un mГ­nimo esencial.

Ahora se reГ­a mientras Catalina intentaba meterse un pastel entero en la boca.

«¿Qué pasa?» requirió su hermana.

В«Solo que me gusta verte felizВ» respondiГі SofГ­a.

No estaba segura de cuГЎnto durarГ­a esa felicidad. Estaba alerta a cada paso por si pudiera haber cazadores tras ellas. El orfanato no querrГ­a esforzarse mГЎs de lo que valГ­an sus contratos en recuperarlas, pero ВїquiГ©n sabГ­a cuando se trataba de las ansias de venganza de las monjas? Como poco, debГ­an mantenerse alejadas de los centinelas y no solo porque hubieran escapado.

Al fin y al cabo, en Ashton colgaban a los ladrones.

В«Tenemos que dejar de parecer huГ©rfanas que se han escapado o nunca podremos caminar por la ciudad sin que la gente se nos quede mirando e intenten atraparnosВ».

SofГ­a mirГі a su hermana, sorprendida por el pensamiento.

«¿Quieres robar ropa?» —respondió Sofía.

Catalina asintiГі.

Aquel pensamiento aГ±adiГі un poco mГЎs de miedo, pero SofГ­a sabГ­a que su hermana, siempre prГЎctica, tenГ­a razГіn.

Las dos se levantaron a la vez, guardГЎndose los pasteles que sobraban en la cintura. SofГ­a estaba mirando alrededor en busca de ropa, cuando notГі que Catalina le tocaba el brazo. SiguiГі su mirada y lo vio: un tendedero, encima de un tejado. Nadie lo vigilaba.

«Por supuesto que no» —se dio cuenta con alivio. A fin de cuentas, ¿quién vigilaría un tendedero?

AГєn asГ­, SofГ­a notaba cГіmo el corazГіn palpitaba mientras trepaban a otro tejado. Las dos se detuvieron, miraron alrededor y, a continuaciГіn, recogieron la cuerda del mismo modo que un pescador podrГ­a haber recogido una cuerda de pescar.

SofГ­a robГі un vestido de lana verde, junto con unas enaguas color crema que probablemente era lo que podrГ­a llevar puesto la esposa de un granjero, pero aГєn asГ­ era extremadamente valioso para ella. Para su sorpresa, su hermana escogiГі una camiseta, unos calzones y una camisola, lo que le daba mГЎs aspecto de chico de pelo pincho que de la chica que era.

—Catalina —se quejó Sofía—. ¡No puedes corretear por ahí con ese aspecto!

Catalina encogiГі los hombros.

—Se supone que ninguna de las dos debe tener este aspecto. ¿Por qué no puedo ir cómoda?

En parte era cierto. Las leyes suntuarias acerca de lo que podГ­a o no podГ­a llevar cada grado de la sociedad eran claras, los abandonados y los contratados como esclavos. AllГ­ estaban ellas, quebrantando otra ley, abandonando sus harapos, lo Гєnico que se les permitГ­a llevar puesto y vistiendo por encima de sus posibilidades.

—De acuerdo —dijo Sofía—. No voy a discutir. Además, tal vez esto confundirá a cualquiera que esté buscando a dos chicas —dijo riendo.

—Yo no parezco un chico —dijo bruscamente Catalina con evidente indignación.

SofГ­a sonriГі al escuchar eso. Rescataron sus pasteles, los metieron en sus nuevos bolsillos y, juntas, se fueron.

Era mГЎs difГ­cil sonreГ­r ante la siguiente parte; quedaban muchas cosas por hacer si realmente querГ­an sobrevivir. Para empezar, tenГ­an que encontrar refugio y, a continuaciГіn, calcular quГ© iban a hacer, dГіnde iban a ir.

«Una cosa a la vez» —se recordó a sí misma.

Salieron de nuevo hacia las calles y, esta vez, era SofГ­a la que marcaba el camino, intentando encontrar una ruta a travГ©s de la zona mГЎs pobre de la ciudad, que para su gusto todavГ­a estaba demasiado cerca del orfanato.

Vio una serie de casas quemadas mГЎs adelante, que evidentemente no se habГ­an recuperado de uno de los incendios que a veces se propagaban por la ciudad cuando el rГ­o estaba bajo. SerГ­a un lugar peligroso en el que descansar.

AГєn asГ­, SofГ­a se dirigiГі hacia ellas.

Catalina le lanzГі una mirada de asombro, escГ©ptica.

SofГ­a encogiГі los hombros.

«Peligroso es mejor que nada en absoluto» —envió.

Se acercaron con cautela y, justo cuando SofГ­a sacГі la cabeza por la esquina, se sobresaltГі cuando dos tipos salieron de entre los escombros. Aparecieron tan sucios por el hollГ­n de estar entre los restos carbonizados que, por un instante, SofГ­a pensГі que habГ­an estado en el incendio.

—¡Fuera! ¡Dejad en paz nuestro trozo!

Uno de ellos fue corriendo hacia SofГ­a y esta chillГі al dar un paso atrГЎs involuntariamente. ParecГ­a que Catalina podГ­a ponerse a pelear, pero entonces el otro tipo sacГі un puГ±al que brillaba mucho mГЎs que cualquier cosa que hubiera allГ­.

—¡Esto nos pertenece! ¡Buscad vuestra propia ruina o os desangraré!

Entonces las hermanas se pusieron a correr, poniendo toda la distancia que pudieron entre ellas y la casa. A cada paso, SofГ­a estaba segura de que podГ­a oГ­r los pasos de matones armados con cuchillos, o de los vigilantes o de las monjas, por algГєn lugar detrГЎs de ellas.

Anduvieron hasta que les dolieron las piernas y la tarde se hizo demasiado oscura. Por lo menos, les consolaba que a cada paso estaban un paso mГЎs lejos del orfanato.

Finalmente, se acercaron a una parte de la ciudad que era algo mejor. Por alguna razГіn, a Catalina se le iluminГі la cara al verlo.

—¿Qué pasa? —preguntó Sofía.

—La biblioteca del centavo —respondió su hermana—. Nos podemos meter allí dentro. A veces me escapo, cuando las monjas nos mandan a hacer recados y el bibliotecario me deja entrar aunque no tenga el centavo para pagarle.

SofГ­a no tenГ­a muchas esperanzas de encontrar ayuda allГ­, pero lo cierto era que ella no tenГ­a ideas mejores. DejГі que Catalina la guiara y se dirigieron a un lugar concurrido, donde los prestamistas se mezclaban con los abogados e incluso habГ­a unos cuantos carruajes mezclados con caballos y transeГєntes normales.

La biblioteca era uno de los edificios mГЎs grandes de allГ­. SofГ­a conocГ­a la historia: uno de los nobles de la ciudad habГ­a decidido educar a los pobres y dejГі parte de su fortuna para construir el tipo de biblioteca que la mayorГ­a simplemente mantenГ­a guardada bajo llave en sus casas de campo. Evidentemente, el hecho de cobrar un centavo todavГ­a querГ­a decir que los mГЎs pobres no podГ­an visitarla. SofГ­a nunca habГ­a tenido un centavo. Las monjas no veГ­an ninguna razГіn por la que dar dinero a las que estaban a su cargo.

Ella y Catalina se acercaron a la entrada y vio a un hombre de edad avanzada allГ­ sentado, de aspecto tierno vestido con ropa un poco gastada que, evidentemente, era tanto el guardia como el bibliotecario. Para sorpresa de SofГ­a, sonriГі mientras ellas se acercaban. SofГ­a nunca habГ­a visto a nadie feliz por ver a su hermana.

—La joven Catalina —dijo—. Hacía tiempo que no venías por aquí. Y has traído una amiga. Pasad, pasad. No me interpondré en el conocimiento. Puede que el hijo del Conde Varrish pusiera un centavo como impuesto al conocimiento, pero el viejo conde nunca creyó en ello.

ParecГ­a sincero, pero Catalina ya estaba negando con la cabeza.

—Eso no es lo que necesitamos, Godofredo —dijo Catalina—. Mi hermana y yo… nos escapamos del orfanato.

SofГ­a notГі la conmociГіn en el rostro del anciano.

—No —dijo—. No, podéis hacer una estupidez así.

—Ya está hecho —dijo Sofía.

—Entonces no podéis estar aquí —insistió Godofredo—. Si viene el guardia y os encuentra aquí conmigo, podría suponer que yo tengo algo que ver con esto.

SofГ­a se hubiera ido en aquel momento, pero parecГ­a que Catalina todavГ­a lo querГ­a intentar.

—Por favor, Godofredo —dijo Catalina—. Yo necesito…

—Tenéis que regresar —dijo Godofredo—. Suplicar el perdón. Me da pena vuestra situación, pero esta es la situación que el destino os ha dado. Volved antes de que os atrape el guardia. No puedo ayudaros. Incluso me podrían dar una paliza por no avisar al guardia de que os había visto. Esa es toda la caridad que os puedo ofrecer.

Su voz era dura y, aГєn asГ­, SofГ­a veГ­a la caridad en sus ojos y que le dolГ­a decir esas palabras. Casi como si estuviera luchando contra Г©l mismo, como si estuviera simulando un espectГЎculo para hacer entender su posiciГіn.

Aun asГ­, Catalina parecГ­a destrozada. SofГ­a odiaba ver asГ­ a su hermana.

SofГ­a se la llevГі de la biblioteca.

Mientras caminaban, Catalina, con la cabeza baja, por fin hablГі.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

Lo cierto era que SofГ­a no tenГ­a una respuesta.

Continuaron caminando, pero a estas alturas ya estaba agotada de tanto andar. TambiГ©n estaba empezando a llover, de aquel modo constante que insinuaba que no pararГ­a pronto. En pocos lugares llovГ­a como lo hacГ­a en Ashton.

SofГ­a se dirigiГі hacia las calles inclinadas y adoquinadas que bajaban hasta el rГ­o y que atravesaban la ciudad. SofГ­a no estaba segura de lo que esperaba encontrar allГ­, entre las barcazas y las chalanas de fondo plano. Dudaba de si los trabajadores del muelle y las putas les podrГ­an ser de alguna ayuda y esas parecГ­an ser las cosas que esta parte de la ciudad albergaba. Pero, por lo menos, era un destino. Si no habГ­a nada mГЎs, podГ­an encontrar un lugar en el que esconderse junto a su orilla, observar cГіmo los barcos navegaban tranquilamente y soГ±ar con otros lugares.

Finalmente, SofГ­a divisГі un volado poco profundo cerca de uno de los muchos puentes de la ciudad. Se acercГі. El hedor le hizo tambalearse, al igual que a Catalina, y la infestaciГіn de ratas. Pero su cansancio hacГ­a que incluso el trozo de refugio mГЎs cutre pareciera un palacio. TenГ­an que huir de la lluvia. TenГ­an que huir de ser vistas. Y, ahora mismo, ВїquГ© mГЎs habГ­a? TenГ­an que encontrar un lugar donde nadie mГЎs, ni tan solo los vagabundos, se atrevieran a ir. Y era este.

—¿Aquí? —preguntó Catalina con repulsión—. ¿No podríamos volver a la chimenea?

SofГ­a negГі con la cabeza. Dudaba de si serГ­an capaces de encontrarla otra vez e, incluso si pudiesen, serГ­a donde cualquier cazador empezarГ­a a buscar. Este era el mejor lugar que iban a encontrar antes de que empeorara la lluvia y antes de que anocheciera.

Se tranquilizГі e intentГі esconder sus lГЎgrimas por el bien de su hermana.

Poco a poco, a regaГ±adientes, Catalina se sentГі a su lado, se agarrГі con los brazos las rodillas y se meciГі a sГ­ misma, como para dejar fuera la crueldad y el salvajismo y la desesperanza del mundo.




CAPГЌTULO CUATRO


En los sueГ±os de Catalina, sus padres todavГ­a estaban vivos y ella estaba feliz. Siempre que soГ±aba, parecГ­a que estuvieran allГ­, aunque las caras no fueran tanto recuerdos como invenciones, con solo el medallГіn como guГ­a. Catalina no era lo suficientemente mayor cuando todo cambiГі.

Estaba en una casa en algГєn lugar del campo, donde se disfrutaba de la vista de huertos de ГЎrboles frutales y campos desde las ventanas de vidrio emplomado. Catalina soГ±aba con el calor del sol sobre su piel, la suave brisa que movГ­a en ondas las hojas allГЎ fuera.

La siguiente parte nunca parecГ­a tener sentido. No conocГ­a lo suficiente los detalles, o no los recordaba bien. Intentaba forzar el sueГ±o para que le diera la historia completa de lo que habГ­a sucedido, pero en cambio solo le daba fragmentos:

Una ventana abierta, con estrellas fuera. La mano de su hermana, la voz de SofГ­a en su cabeza, diciГ©ndole que se escondiera. Buscando a sus padres a travГ©s del laberinto de la casa.

Escondiéndose por la casa a oscuras. Escuchando los ruidos de alguien que se movía por allí. Más allá había luz, aunque fuera era de noche. Sentía que estaba cerca, a punto de descubrir lo que finalmente les sucedió a sus padres aquella noche. La luz de la ventana empezó a brillar más, y más, y…

—Despierta —dijo Sofía, sacudiéndola—. Estás soñando, Catalina.

Catalina parpadeГі hasta abrir los ojos con resentimiento. Los sueГ±os siempre eran mucho mejor que el mundo en el que vivГ­a.

EntrecerrГі los ojos por la luz. IncreГ­blemente, habГ­a llegado la maГ±ana. El primer dГ­a de su vida durmiendo una noche entera fuera del hedor y los gritos de las paredes del orfanato, la primera maГ±ana de su vida que despertaba en otro, en cualquier otro, lugar. Incluso en un lugar frГ­o y hГєmedo como este, estaba eufГіrica.

No solo notГі la diferencia de la debilitada luz de la tarde; era el modo en que el rГ­o que tenГ­an enfrente habГ­a cobrado vida con las barcazas y las barcas que se apresuraban por hacer toda la distancia que podГ­an rГ­o arriba. Algunas se movГ­an con pequeГ±as velas, otras con mГЎstiles que las empujaban o caballos que las arrastraban desde el lado del rГ­o.

A su alrededor, Catalina oГ­a que el resto de la ciudad despertaba. Las campanas del templo estaban tocando la hora, mientras entremedio, oГ­a el parloteo de toda la ciudad en la que su gente se dirigГ­a a trabajar o salГ­a de viaje. Hoy era el DГ­a Primero, un buen dГ­a para empezar cosas. QuizГЎs eso tambiГ©n significarГ­a buena suerte para ella y SofГ­a.

—Sigo teniendo el mismo sueño —dijo Catalina—. Continúo soñando con… con aquella noche.

Siempre parecГ­an frenar en seco antes de llamarla mГЎs que eso. Era extraГ±o que, cuando probablemente podГ­an comunicarse mГЎs directamente que nadie mГЎs en la ciudad, ella y SofГ­a todavГ­a dudaran al hablar de esta cosa.

El rostro de SofГ­a se ensombreciГі y Catalina inmediatamente se sintiГі culpable por ello.

—Yo a veces también sueño con esto —confesó Sofía con tristeza.

Catalina se girГі hacia ella, con atenciГіn. Su hermana tenГ­a que saberlo. Era mayor, deberГ­a haber visto mГЎs.

—Tú sí que sabes lo que sucedió, ¿verdad? —preguntó Catalina—. Tú sabes lo que sucedió con nuestros padres.

Era mГЎs una afirmaciГіn que una pregunta.

Catalina examinГі la cara de su hermana en busca de respuestas y lo vio, tan solo un destello, algo que estaba escondiendo.

SofГ­a negГі con la cabeza.

—Hay cosas en las que es mejor no pensar. Tenemos que concentrarnos en lo que suceda a continuación, no en el pasado.

No era exactamente una respuesta satisfactoria, pero era mГЎs de lo que Catalina esperaba. SofГ­a no hablaba de lo que sucediГі la noche en que sus padres marcharon. Nunca querГ­a hablar de ello, e incluso Catalina tenГ­a que reconocer que tenГ­a sentimientos de inquietud cada vez que pensaba en ello. AdemГЎs, en la Casa de los Abandonados, no les gustaba que los huГ©rfanos intentaran hablar del pasado. DecГ­an que era ingrato y era simplemente una cosa mГЎs digna de castigo.

Catalina se sacГі una rata del pie de una patada y se incorporГі un poco mГЎs, mirando a su alrededor.

—No podemos quedarnos donde estamos —dijo.

SofГ­a asintiГі.

—Moriremos si nos quedamos aquí en las calles.

Ese era un pensamiento duro, pero probablemente tambiГ©n era cierto. HabГ­a muchas maneras de morir en las calles de esta ciudad. El frГ­o y el hambre eran solo el principio de la lista. Con las bandas callejeras, la vigilancia, la enfermedad, y todos los otros peligros que habГ­a aquГ­, incluso el orfanato empezaba a parecer seguro.

Y no era que Catalina fuera a volver jamГЎs. Antes lo quemarГ­a por completo que volver a atravesar sus puertas. Tal vez algГєn dГ­a lo quemarГ­a por completo de todos modos. SonriГі al pensar en ello.

Al sentir dolor por el hambre, Catalina sacГі su Гєltimo pastel y empezГі a devorarlo. Entonces se acordГі de su hermana. ArrancГі la mitad y se la dio.

SofГ­a la mirГі con ilusiГіn, pero con culpa.

—No pasa nada —mintió Catalina—. Tengo otro en mi vestido.

SofГ­a lo cogiГі a regaГ±adientes. Catalina percibiГі que su hermana sabГ­a que estaba mintiendo, pero tenГ­a demasiada hambre para negarlo. Pero su conexiГіn era tan cercana, que Catalina sentГ­a el hambre de su hermana y Catalina nunca se permitirГ­a ser feliz si no lo era su hermana.

Finalmente, las dos salieron lentamente de su escondite.

—Bueno, hermana mayor —preguntó Catalina—, ¿alguna idea?

SofГ­a suspirГі con tristeza y negГі con la cabeza.

—Bueno, estoy muerta de hambre —dijo Catalina—. Será mejor pensar con la barriga llena.

SofГ­a asintiГі para demostrar que estaba de acuerdo, y las dos se dirigieron hacia las calles principales.

Pronto encontraron un objetivo –otro panadero- y robaron el desayuno del mismo modo que habían robado su última comida. Mientras estaban escondidas en un callejón y se atiborraban, era tentador pensar que podrían vivir así el resto de sus vidas, usando el talento que compartían para coger lo que necesitaban cuando nadie las veía. Pero Catalina sabía que esto no podía funcionar así. Nada bueno duraba para siempre.

Catalina echГі un vistazo al bullicio de la ciudad que habГ­a ante ella. Era abrumadora. Y parecГ­a que sus calles no acababan nunca.

—Si no podemos quedarnos en la calle —dijo—, ¿qué hacemos? ¿A dónde vamos?

SofГ­a dudГі por un momento, parecГ­a estar tan insegura como lo estaba Catalina.

—No lo sé —confesó.

—Bueno, ¿y qué es lo que podemos hacer? —preguntó Catalina.

La lista no parecГ­a ser tan larga como deberГ­a haber sido. Lo cierto era que los huГ©rfanos, como eran ellas, no tenГ­an opciones en sus vidas. Se preparaban para vidas en las que serГ­an contratados como aprendices o sirvientas, soldados o algo peor. No existГ­a una esperanza real de que alguna vez fueran libres, pues incluso aquellos que verdaderamente estuvieran buscando un aprendiz solo pagarГ­an una miseria; ni tan solo lo suficiente para saldar su deuda.

Y la verdad es que Catalina tenГ­a poca paciencia para coser y para cocinar, para la etiqueta y para la mercerГ­a.

—Podríamos encontrar algún comerciante e intentar aprender por nosotros mismas —sugirió Catalina.

SofГ­a negГі con la cabeza.

—Incluso aunque encontráramos a uno dispuesto a hacerse cargo de nosotras, querrían saber de nuestras familias de antemano. Cuando no pudiéramos mostrar a un padre que nos avalara, sabrían lo que éramos.

Catalina tuvo que admitir que su hermana tenГ­a razГіn.

—Bien, en ese caso, podríamos enrolarnos como tripulación en una barcaza y ver el resto del país.

Incluso mientras lo decГ­a, sabГ­a que probablemente era tan absurda como su primera idea. El capitГЎn de una barcaza tambiГ©n harГ­a preguntas y, probablemente, los perseguidores de huГ©rfanos fugados vigilarГ­an en las barcazas en busca de los que estuvieran intentando escapar. Definitivamente, no podГ­an confiar en nadie mГЎs para que las ayudara, no despuГ©s de lo que habГ­a sucedido en la biblioteca, con el Гєnico hombre de esta ciudad que ella habГ­a considerado un amigo.

QuГ© ingenua y estГєpida habГ­a sido.

SofГ­a tambiГ©n parecГ­a ver la magnitud de a lo que se enfrentaban. ApartГі la vista con un gesto melancГіlico en la cara.

—Si pudieras hacer cualquier cosa —preguntó Sofía— si pudieras ir a cualquier sitio, ¿a dónde irías?

Catalina no habГ­a pensado en ello en esos tГ©rminos.

—No lo sé —dijo—. Quiero decir, nunca pensé en más allá que pasar el día.

SofГ­a se quedГі en silencio durante un buen rato. Catalina podГ­a sentir que estaba pensando.

Finalmente, SofГ­a hablГі.

—Si intentamos hacer cualquier cosa normal, van a haber tantos obstáculos como si apuntamos a las cosas más grandes del mundo. Tal vez incluso más, pues la gente espera de nosotros que nos conformemos con menos. Así qué, ¿qué quieres, más que cualquier otra cosa?

Catalina pensГі en ello.

—Quiero encontrar a nuestros padres —dijo Catalina, dándose cuenta de lo que había dicho mientras hablaba.

SintiГі la rГЎfaga de dolor que recorriГі a SofГ­a tras aquellas palabras.

—Nuestros padres están muertos —dijo Sofía. Parecía tan segura que Catalina deseaba preguntarle de nuevo qué había sucedido todos aquellos años atrás—. Lo siento, Catalina. No me refería a eso.

Catalina suspirГі amargamente.

—Quiero que nadie vuelva a controlar lo que hago —dijo Catalina, escogiendo aquello que quería casi tanto como el regreso de sus padres—. Quiero ser libre, realmente libre.

—Yo también quiero eso —dijo Sofía—. Pero hay muy poca gente realmente libre en esta ciudad. En realidad, los únicos están…

MirГі hacia el otro lado de la ciudad y, siguiГ©ndole la mirada, Catalina vio que estaba mirando hacia el palacio, con su mГЎrmol reluciente y sus adornos dorados.

Catalina podГ­a sentir lo que estaba pensando.

—No creo que ser una sirvienta en palacio te hiciera libre —dijo Catalina.

—No estaba pensando en ser una sirvienta —dijo bruscamente Sofía—. Y si… ¿y si simplemente pudiéramos entrar allí y ser uno de ellos? ¿Y si pudiéramos convencerlos de que lo éramos? ¿Y si pudiéramos casarnos con un hombre rico, tener contactos en la corte?

Catalina no riГі, pero solo porque vio lo en serio que su hermana se tomaba aquella idea. Si pudiera tener cualquier cosa en el mundo, lo Гєltimo que querrГ­a Catalina serГ­a entrar en palacio y convertirse en una gran dama, para casarse con un hombre que le dijera lo que tenГ­a que hacer.

—No quiero que mi libertad dependa de nadie más —dijo Catalina—. El mundo nos ha enseñado una cosa y solo una cosa: tenemos que depender de nosotras mismas. Solo de nosotras mismas. De ese modo, podemos controlar todo lo que nos suceda. Y no tenemos que confiar en nadie. Tenemos que aprender a cuidar de nosotras. A mantenernos. A vivir de la tierra. A aprender a cazar. A cultivar. Cualquier cosa en la que no tengamos que confiar en nadie más. Y tenemos que reunir grandes armas y convertirnos en grandes luchadoras, así si alguien viene a llevarse lo que es nuestro, podemos matarlo.

Y, de repente, Catalina se dio cuenta.

—Debemos marchar de esta ciudad —instó a su hermana—. Está llena de peligros para nosotras. Tenemos que vivir lejos de la ciudad, en el campo, donde vive poca gente y donde nadie podrá hacernos daño.

Cuanto mГЎs hablaba sobre ello, mГЎs se daba cuenta de que era lo correcto. Era su sueГ±o. Ahora mismo, Catalina no querГ­a otra cosa mГЎs que correr hacia las puertas de la ciudad, salir a los espacios que habГ­a detrГЎs.

—Y cuando aprendamos a luchar —añadió Catalina—, cuando seamos más grandes y más fuertes y tengamos las mejores espadas, ballestas y puñales, volveremos aquí y mataremos a todos los que nos hicieron daño en el orfanato.

SintiГі las manos de SofГ­a sobre su hombro.

—No puedes hablar así, Catalina. No puedes hablar de matar a gente como si no fuera nada.

—No es nada —soltó Catalina—. Es justo lo que merecen.

SofГ­a negГі con la cabeza.

—Eso es primitivo —dijo Sofía—. Existen mejores maneras de sobrevivir. Y mejores maneras de vengarse. Además, yo no quiero simplemente sobrevivir, como un campesino en el bosque. ¿Cuál es el sentido de la vida entonces? Yo lo que quiero es vivir.

Catalina no estaba segura de ello, pero no dijo nada.

Continuaron caminando en silencio un poco mГЎs y Catalina imaginГі que SofГ­a estaba tan atrapada en su sueГ±o como lo estaba ella. Caminaban por calles llenas de personas que parecГ­an saber lo que estaban haciendo con sus vidas, que parecГ­an estar llenas de propГіsito y, para Catalina, era injusto que fuera tan sencillo para ellas. Aunque por otro lado, tal vez no lo era. Tal vez, tenГ­an tan poca elecciГіn como ella y SofГ­a hubieran tenido si se hubiesen quedado en el orfanato.

MГЎs adelante, la ciudad se extendГ­a detrГЎs de unas puertas que probablemente habГ­an estado allГ­ durante centenares de aГ±os. Ahora el espacio que habГ­a mГЎs allГЎ estaba lleno de casas, oprimidas contra los muros de una forma que, probablemente, las hacГ­a inГєtiles. Sin embargo, mГЎs allГЎ habГ­a un amplio espacio abierto donde varios granjeros estaban llevando su ganado de camino al matadero, ovejas y gansos, patos e incluso unas cuantas vacas. TambiГ©n habГ­a carros con bienes, esperando a llegar a la ciudad.

Y mГЎs allГЎ de eso, el horizonte estaba lleno de bosques. Bosques a los que Catalina ansiaba escapar.

Catalina vio el carruaje antes de que lo hiciera SofГ­a. Se abrГ­a camino a travГ©s de los carros que esperaban, sus ocupantes evidentemente daban por sentado que ellos tenГ­an el derecho formal de ser los primeros en entrar a la ciudad. Tal vez era asГ­. El carruaje estaba cubierto de oro y grabado, con un escudo familiar en el lateral que probablemente hubiera entendido si las monjas hubiesen pensado que valГ­a la pena enseГ±ar estas cosas. Las cortinas de seda estaban cerradas, pero Catalina vio que una se abrГ­a de una sacudida, dejando al descubierto a una mujer que miraba hacia fuera desde dentro bajo una elaborada mГЎscara de cabeza de pГЎjaro.

Catalina sentГ­a que estaba llena de envidia y aversiГіn. ВїCГіmo podГ­an vivir tan bien unos cuantos?

—Míralos —dijo Catalina—. Probablemente van camino de un baile o una mascarada. Seguramente, nunca en su vida han tenido que preocuparse por tener hambre.

—No, no lo han hecho —le dio la razón Sofía. Pero parecía pensativa, incluso llena de admiración.

Entonces Catalina se dio cuenta de lo que estaba pensando su hermana. Se dirigiГі a ella, horrorizada.

—No podemos seguirlos —dijo Catalina.

—¿Por qué no? —replicó su hermana—. ¿Por qué no intentar conseguir lo que queremos?

Catalina no tenГ­a una respuesta para ella. No querГ­a decirle a SofГ­a que no funcionarГ­a. No podГ­a funcionar. Que asГ­ no era como estaba montado el mundo. Tan solo con echarles una mirada, sabrГ­an que eran huГ©rfanas, sabrГ­an que eran campesinas. ВїCГіmo podГ­an ni incluso tener esperanzas de integrarse en un mundo como ese?

SofГ­a era la hermana mayor; se suponГ­a que ya sabГ­a todo esto.

AdemГЎs, en aquel instante, la mirada de Catalina se posГі en algo que era igual de tentador para ella. HabГ­a unos hombres formando cerca del lateral de la plaza, que vestГ­an los colores de una de las compaГ±Г­as mercenarias a las que les gustaba aventurarse en las guerras del otro lado del mar. TenГ­an armas, dispuestas en carretas, y caballos. Incluso unos cuantos estaban librando un torneo de esgrima improvisado con espadas de acero desafiladas.

Catalina observГі las armas, y vio lo que necesitaba: montones de acero. PuГ±ales, espadas, ballestas, trampas para cazar. Incluso con unas cuantas de estas cosas, podГ­a aprender a cazar con trampas y a vivir de la tierra.

—No lo hagas —dijo Sofía, observando su mirada y poniéndole una mano sobre el brazo.

Catalina se la sacГі de encima, aunque cuidadosamente.

—Ven conmigo —dijo Catalina, decidida.

Vio que su hermana negaba con la cabeza.

—Sabes que no puedo. Eso no es para mí. Yo no soy así. No es lo que quiero, Catalina.

E intentar mezclarse con un grupo de nobles no era lo que querГ­a Catalina.

PodГ­a sentir la seguridad de su hermana, podГ­a sentir la suya propia, y tuvo una sensaciГіn repentina de a dГіnde llevaba esto. Al entenderlo, le escocieron los ojos. RodeГі con los brazos a su hermana, a la vez que su hermana la abrazaba.

—No quiero dejarte —dijo Catalina.

—Yo tampoco quiero dejarte —respondió Sofía— pero, tal vez, tenemos que intentar cada una nuestro propio camino, aunque sea por poco tiempo. Tú eres tan terca como yo, y cada una tenemos nuestro propio sueño. Yo estoy segura de que puedo conseguirlo y de que, después, puedo ayudarte.

Catalina sonriГі.

—Y yo estoy convencida de que yo puedo conseguirlo y de que, después, puedo ayudarte.

Ahora Catalina vio que su hermana tambiГ©n tenГ­a lГЎgrimas en los ojos, pero mГЎs que eso, podГ­a notar su tristeza a travГ©s de la conexiГіn que compartГ­an.

—Tienes razón —dijo Sofía—. Tú no encajarías en la corte y yo no me adaptaría a estar en la naturaleza, o aprendiendo a luchar. Así que, tal vez, debemos hacerlo por separado. Tal vez nuestras mejores oportunidades de supervivencia están en separarnos. Por lo menos, si atrapan a una de nosotras, la otra puede venir a rescatarla.

Catalina querГ­a decirle a SofГ­a que se equivocaba, pero lo cierto era que todo lo que estaba diciendo tenГ­a sentido.

—Después te encontraré —dijo Catalina—. Aprenderé a luchar y a vivir en el campo, y te encontraré. Ya lo verás, y te reunirás conmigo.

—Y yo te encontraré a ti cuando haya triunfado en la corte —replicó Sofía con una sonrisa—. Tú te reunirás conmigo en palacio, te casarás con un príncipe y gobernarás esta ciudad.

Las dos hicieron una gran sonrisa, mientras las lГЎgrimas caГ­an por sus mejillas.

«Pero nunca estarás sola» —añadió Sofía, mientras las palabras sonaban en la mente de Catalina—. «Yo siempre estaré tan cerca como el pensamiento».

Catalina ya no podГ­a soportar mГЎs la tristeza y sabГ­a que debГ­a actuar antes de que cambiara de opiniГіn.

AsГ­ que abrazГі a su hermana por Гєltima vez, se soltГі y fue corriendo en direcciГіn a las armas.

Era el momento de arriesgarlo todo.




CAPГЌTULO CINCO


SofГ­a notaba que la determinaciГіn ardГ­a en su interior cuando puso rumbo hacia el otro lado de Ashton, en direcciГіn a la zona amurallada donde yacГ­a el palacio. Iba a toda prisa por las calles, esquivando caballos y, de vez en cuando, saltando a la parte de atrГЎs de los carros cuando parecГ­a que iban en la direcciГіn correcta.

Incluso asГ­, le llevГі tiempo cruzar aquella expansiГіn, moviГ©ndose a travГ©s de las Vueltas, el Barrio Comerciante, la Colina Enredada y los otros distritos uno a uno. Eran tas extraГ±os y estaban tan llenos de vida tras su tiempo en la Casa de los Abandonados, que SofГ­a deseaba tener mГЎs tiempo para explorarlos. Se quedГі mirando un gran teatro circular desde fuera, deseando que hubiera el tiempo suficiente para entrar.

Pero no lo habГ­a, porque si esta noche se perdГ­a el baile de mГЎscaras, no estaba segura de cГіmo iba a encontrar el lugar que querГ­a en la corte. TambiГ©n sabГ­a que los bailes de mГЎscaras no sucedГ­an muy a menudo, y que le ofrecerГ­a la mejor oportunidad para colarse.

Mientras avanzaba, estaba preocupada por Catalina. El simple hecho de caminar en direcciones contrarias se hacГ­a extraГ±o, despuГ©s de tanto tiempo. Pero lo cierto era que querГ­an hacer cosas diferentes con sus vidas. SofГ­a la encontrarГ­a, cuando esto hubiera acabado. Cuando tuviera una vida establecida entre los nobles de Ashton, encontrarГ­a a Catalina y lo arreglarГ­a todo.

MГЎs adelante, estaban las puertas de la zona amurallada que guardaba el palacio. Como SofГ­a habГ­a imaginado, estaban abiertas de par en par para la noche y, tras ellas, se veГ­an unos elegantes jardines dispuestos en pulcras hileras de setos y rosas. HabГ­a grandes extensiones de hierba, cortada mГЎs corta de lo que podrГ­a estar cualquier campo de granjero y que, en sГ­, parecГ­a una seГ±al de lujo cuando cualquiera de la ciudad que tuviera un trozo de tierra al lado de su casa tenГ­a que usarlo para cultivar comida.

HabГ­a faroles colocados cada pocos pasos dentro de los jardines. TodavГ­a no estaban encendidos, pero por la noche convertirГ­an todo aquel lugar en una ola de luz brillante, permitiendo que la gente baile en los jardines con la misma facilidad que en una de las grandes salas de palacio.

SofГ­a veГ­a que la gente se dirigГ­a al interior, uno tras otro. HabГ­a un sirviente con un uniforme dorado de gala al lado de la puerta, junto a dos guardias vestidos del azul mГЎs brillante, con los mosquetones cargados al hombro para una demostraciГіn de desfile a pie de calle perfecta mientras los nobles y sus sirvientes les pasaban tranquilamente por delante.

SofГ­a fue a toda prisa hacia la puerta. TenГ­a la esperanza de poder perderse en medio de la multitud de los que entraban, pero para cuando llegГі allГ­, estaba sola. Esto significaba que el sirviente que estaba allГ­ pudo prestarle toda la atenciГіn. Era un hombre mayor con una peluca empolvada que se le rizaba en la nuca. MirГі a SofГ­a con algo muy cercano al menosprecio.

—¿Y tú qué es lo que quieres? —preguntó, en un tono tan pícaro que podría haber sido el de un actor haciendo el papel de noble, más que el de su mero sirviente.

—Estoy aquí por el baile —dijo Sofía. Sabía que nunca podría pasar por noble, pero todavía había cosas que podía hacer—. Soy la sirvienta de…

—No te avergüences a ti misma —replicó el sirviente—. Sé perfectamente a quién debo dejar entrar y ninguno de ellos se molestaría en ir acompañado de una sirvienta como tú. No dejamos entrar a las prostitutas del muelle. No es una de esas fiestas.

—No sé de qué me habla —intentó Sofía, pero la cara enfurruñada que recibió le dijo que no estaba ni cerca de funcionar.

—Entonces permíteme que me explique —dijo el sirviente que estaba en la puerta. Parecía estar disfrutando—. Parece que tu vestido haya sido cortado del de una pescadera. Apestas como si acabaras de salir de una cloaca. En cuanto a tu voz, parece que no puedas ni escribir elocución y mucho menos utilizarla. Ahora, lárgate antes de que tenga que hacer que salgas corriendo y que te encierren durante la noche.

SofГ­a deseaba defenderse, pero la crueldad de sus palabras parecГ­a haberle robado las de ella. AГєn mГЎs, la habГ­an dejado sin su sueГ±o, con la misma facilidad que si el hombre hubiera alargado el brazo y lo hubiera arrancado del aire. Se dio la vuelta y se fue corriendo, y lo peor de todo fue la risa que la siguiГі por toda la calle.

SofГ­a se detuvo en un portal, profundamente humillada. No esperaba que esto fuera fГЎcil, pero esperaba que alguien en la ciudad fuera amable. HabГ­a pensado que podrГ­a pasar por sirvienta aunque no pudiera pasar por noble.

Pero tal vez ese era su error. Si estaba intentando reinventarse, Вїno deberГ­a ir a por todas? Tal vez no era demasiado tarde. No podГ­a pasar por el tipo de sirvienta que acompaГ±arГ­a a su seГ±ora a un baile, pero Вїpor quГ© podrГ­a pasar? PodrГ­a ser lo que casi hubiera sido cuando se fue del orfanato. El tipo de sirvienta a quien darГ­an el trabajo mГЎs bajo.

Eso podrГ­a funcionar.

La zona de alrededor de palacio era un lugar de mansiones nobles, pero tambiГ©n de todas las cosas que sus dueГ±os podrГ­an necesitar de la ciudad: modistas, joyeros, casas de baГ±o y mГЎs cosas. Todas las cosas que SofГ­a no podГ­a permitirse, pero todo eran cosas que podrГ­a conseguir de todas formas.

EmpezГі por una modista. Era la parte mГЎs grande y, quizГЎs, una vez tuviera el vestido, el resto serГ­a mГЎs fГЎcil. EntrГі en la tienda que parecГ­a estar mГЎs llena, respirando entrecortadamente como si estuviera a punto de desplomarse, confiando en que saliera bien.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —preguntó una mujer con el pelo color acero, que al alzar la vista, vio que tenía la boca llena de agujas.

—Perdóneme… —dijo Sofía—. Mi señora… me dará una paliza si su vestido tarda más… dijo que… viniera corriendo.

No podГ­a pasar por una sirvienta que acompaГ±aba a su seГ±ora, pero podГ­a ser aquella sirviente contratada a quien mandan a hacer recados de Гєltima hora.

—¿Y cuál es el nombre de vuestra señora? —preguntó la modista.

«¿Realmente es este el tipo de sirvienta que Milady D’Angelica podría enviar? ¿Tal vez sea porque tienen la misma talla y desea saber si irá bien?»

El destello de talento de SofГ­a vino de forma voluntaria. Tuvo el suficiente juicio como para no dudar.

—Milady D’Angelica —dijo—. Discúlpeme, pero dijo que corría prisa. El baile…

—No empezará formalmente hasta dentro de una o dos horas, y dudo que tu señora quiera estar allí hasta el momento de hacer la entrada —respondió la modista. Su tono era un poco menos duro ahora, aunque Sofía sospechaba que era tan solo por quien estaba fingiendo servir. La mujer señaló con el dedo.

—Espera aquí.

SofГ­a esperГі, aunque era lo que mГЎs le costaba hacer ahora mismo. Por lo menos, le permitiГі escuchar. El sirviente de palacio tenГ­a razГіn: la gente hablaba de forma diferente lejos de las partes mГЎs pobres de la ciudad. Sus vocales eran mГЎs redondeadas, los finales de las palabras mГЎs refinados. Una de las mujeres que trabajaban allГ­ parecГ­a proceder de uno de los Estados Mercantes, marcando sus erres mientras charlaba con las demГЎs.

No pasГі mucho tiempo hasta que la primera modista apareciГі con un vestido, sujetГЎndolo en alto para que SofГ­a lo inspeccionara. Era lo mГЎs bello que SofГ­a habГ­a visto jamГЎs. Era de un color plata y azul brillantes, que parecГ­an resplandecer al moverse. El cuerpo estaba trabajado con hilo de plata, e incluso las enaguas resplandecГ­an en ondas, lo que parecГ­a un desperdicio. ВїQuiГ©n las iba a ver?

—Milady D’Angelica y tú tenéis la misma talla, ¿verdad? —preguntó la modista.

—Sí, señora –respondió Sofía—. Por eso me envió.

—Entonces debería haberte enviado a ti desde un principio, en lugar de una lista de medidas.

—Me aseguraré de decírselo —dijo Sofía.

Eso hizo que la modista palideciera horrorizada, como si con tan solo pensarlo le pudiera dar un ataque al corazГіn.

—No será necesario. Ya casi está, solo tengo que modificar un par de cosas. ¿Estás realmente segura de que tienes su misma talla?

SofГ­a asintiГі.

—Al milímetro, señora. Me hace comer exactamente lo mismo que ella para que estemos igual.

Fue un detalle loco y ridГ­culo que inventar, pero la modista pareciГі tragГЎrselo. Tal vez era el tipo de extravagancia a la que ella creГ­a que una mujer de la nobleza podrГ­a rebajarse. En cualquier caso, hizo los arreglos tan rГЎpido que SofГ­a apenas podГ­a creerlo, entregГЎndole finalmente un paquete envuelto en papel estampado.

—¿La cuenta corre a cargo de Milady? —preguntó la modista. Había una nota de esperanza en ello, como si Sofía pudiera llevar el dinero encima, pero Sofía solo pudo asentir—. Por supuesto, por supuesto. Confío en que Milady D’Angelica estará encantada.

—Estoy segura de que así será —dijo Sofía. Fue prácticamente corriendo hacia la puerta.

En realidad, estaba segura de que la noble enfurecerГ­a, pero SofГ­a no tenГ­a pensado estar por allГ­ cuando eso sucediera.

Para empezar, debía ir a otros sitios y recoger otros “paquetes” de parte de su “señora”.

En una zapaterГ­a recogiГі unas botas de la mejor piel pГЎlida, dispuestas con lГ­neas grabadas que mostraban una escena de la vida de la Diosa Sin Nombre. En una perfumerГ­a adquiriГі un pequeГ±o botellГ­n que olГ­a como si su creador, de algГєn modo, hubiera condensado la esencia de todo lo hermoso en una fragante combinaciГіn.

—¡Es mi mayor obra! —proclamó—. Espero que Lady Beaufort lo disfrute.

En cada parada, Sofía escogía el nombre de una nueva mujer noble de la que ser sirvienta. Era simplemente práctico: no podía asegurarse de que Milady D’Angelica hubiera estado en todas las tiendas de la ciudad. En algunas tiendas, escogía los nombres de los pensamientos de los propietarios. En otras, cuando su talento no venía, tenía que mantener la conversación dando vueltas hasta que hicieran sus suposiciones o, en un caso, hasta que pudo robar una mirada del revés a un cuaderno que había encima del mostrador de la tienda.

Cuanto mГЎs robaba, mГЎs fГЎcil parecГ­a ser. Cada pieza previa de su atuendo robado servГ­a como una especie de credencial para la siguiente, pues evidentemente los otros comerciantes no hubieran entregado cosas a la persona equivocada. Para cuando llegГі a la tienda donde vendГ­an mГЎscaras, el tendero estaba prГЎcticamente apretando las mercancГ­as contra sus manos antes de que atravesara las puertas. Era una media mГЎscara de Г©bano grabado, escena tras escena de la Diosa Enmascarada buscando hospitalidad dispuesta con plumas por los bordes y puntitos de joyas alrededor de los ojos. Probablemente se diseГ±aron para hacer que pareciera que los ojos de quien la llevaba brillaran con luz reflejada.

SofГ­a sintiГі un pequeГ±o destello de culpa al cogerla, aГ±adiГ©ndola al no despreciable montГіn de paquetes que llevaba en brazos. Estaba robando a mucha gente, llevГЎndose cosas que habГ­an estado trabajando para fabricar y por las que otros habГ­an pagado. O pagarГ­an, o no habГ­an pagado del todo; SofГ­a todavГ­a no lograba entender los modos en los que los nobles parecГ­an comprar cosas sin pagarlas del todo.

Pero tan solo fue un breve destello de culpa, pues ellos tenГ­an mucho comparado con los huГ©rfanos de la Casa de los Abandonados. Solo las joyas de esta mГЎscara hubieran cambiado sus vidas.

De momento, SofГ­a tenГ­a que cambiarse, y no podГ­a entrar a la fiesta sucia todavГ­a de haber dormido junto al rГ­o. DeambulГі por las casas de baГ±os, a la espera de encontrar una que tuviera carruajes esperando a la puerta, y que anunciara baГ±os separados para las seГ±oras de alta alcurnia. No tenГ­a monedas para pagar, pero se dirigiГі a las puertas de todos modos, ignorando la mirada que le lanzГі el grande y musculoso dueГ±o.

—Mi señora está dentro —dijo—. Me dijo que trajera todo para cuando ella hubiera acabado su baño, o habría problemas.

La miró de arriba abajo. De nuevo, los paquetes que Sofía llevaba en las manos parecían funcionar como pasaporte—. Entonces sería mejor que estuvieras dentro, ¿no? Los vestidores están a tu izquierda.

SofГ­a fue hacia ellos y dejГі sus premios robados en una habitaciГіn en la que hacГ­a calor por el vapor de los baГ±os. Las mujeres iban y venГ­an vestidas con las sГЎbanas envueltas que les servГ­an para secarse. Ninguna de ellas mirГі dos veces a SofГ­a.

Se desvistiГі, se envolviГі con una sГЎbana y se dirigiГі a los baГ±os. Estaban dispuestos en el estilo que preferГ­an al otro lado del mar, con mГєltiples piscinas calientes, templadas y frГ­as, masajistas a los lados y sirvientes a la espera.

SofГ­a era totalmente consciente del tatuaje que tenГ­a en el tobillo y que anunciaba lo que era, pero allГ­ habГ­a sirvientas contratadas con sus seГ±oras, que estaban allГ­ para masajearlas con aceites perfumados o pasarles el peine por el pelo. Si alguien veГ­a la marca, evidentemente darГ­an por sentado que SofГ­a estaba allГ­ por esa razГіn.

Aun asГ­, no se tomГі el tiempo que podrГ­a haberse tomado para regocijarse en los baГ±os. QuerГ­a salir de allГ­ antes de que alguien hiciera preguntas. Se remojГі bajo el agua, fregГЎndose con jabГіn e intentando sacarse de encima lo peor de la suciedad. Cuando saliГі del baГ±o, se asegurГі de que la sГЎbana que la envolvГ­a llegara hasta los tobillos.

De vuelta a los vestidores, construyГі su nuevo ser paso a paso. EmpezГі con las medias de seda y las enaguas, despuГ©s siguiГі con la corseterГ­a y las faldas exteriores, los guantes y mГЎs cosas.

—¿Mi señora necesita ayuda con el pelo? —preguntó una mujer y, al fijarse, Sofía vio que una sirvienta la estaba mirando.

—Si es tan amable —dijo Sofía, intentando recordar cómo hablaban los nobles. Se le ocurrió que sería más fácil si nadie pensaba que era de por allí, así que añadió un toque del acento de los Estados Mercantes que había oído en la modista. Ante su sorpresa, salió con facilidad, su voz se adaptó con la misma rapidez que lo había hecho el resto de ella.

La chica le secГі y le trenzГі el pelo con un elaborado nudo que SofГ­a apenas podГ­a seguir. Cuando hubo acabado, se colocГі la mГЎscara y se dirigiГі hacia fuera, abriГ©ndose camino entre los carruajes hasta encontrar uno que no estaba cogido.

—¡Eh, tú! –exclamó, su recién descubierta voz que ahora mismo se le hacía rara a los oídos—. ¡Sí, tú! Llévame ahora mismo a palacio y no te detengas por el camino. Tengo prisa. Y no empieces a preguntar por la tarifa. Puedes enviar la cuenta a Lord Dunham y puede estar agradecido de que esto sea lo único que yo le cueste esta noche.

Ni tan solo sabГ­a si existГ­a un Lord Dunham, pero el nombre sonaba bien. Esperaba que el conductor del carruaje discutiera o, por lo menos, regateara con la tarifa. Pero, en cambio, simplemente bajГі la cabeza.

—Sí, mi señora.

La vuelta en carruaje por la ciudad fue mГЎs cГіmoda de lo que SofГ­a podrГ­a haber imaginado. MГЎs cГіmodo que saltar detrГЎs de los carros y, desde luego, mucho mГЎs corto. En cuestiГіn de minutos, vio que se acercaban a las puertas. SofГ­a sintiГі que se le tensaba el corazГіn, porque el mismo sirviente todavГ­a estaba trabajando en ellas. ВїLo conseguirГ­a? ВїLa reconocerГ­a?

El carruaje redujo la velocidad y SofГ­a se forzГі a asomarse, con la esperanza de parecer lo que debГ­a.

—¿Todavía está en su apogeo el baile? —preguntó con su nuevo acento—. ¿He llegado en el momento adecuado para impresionar? Yendo al grano, ¿qué aspecto tengo? Mis sirvientas me dicen que es adecuado para vuestra corte, pero a mí me parece que parezco una prostituta del muelle.

No pudo resistirse a aquella pequeГ±a venganza. El sirviente que estaba en la puerta le hizo una gran reverencia.

—Mi señora no podría haber calculado mejor su llegada —le aseguró, con el tipo de falsa sinceridad que Sofía imaginaba que les gustaba a los nobles—. Y, por supuesto, se ve absolutamente bella. Por favor, siga todo recto.

SofГ­a cerrГі la cortina del carruaje cuando se puso en marcha, pero solo para esconder su estupefacciГіn y alivio. Estaba funcionando. Estaba funcionando de verdad.

Solo esperaba que las cosas estuvieran funcionando tambiГ©n para Catalina.




CAPГЌTULO SEIS


Catalina estaba disfrutando de la ciudad mГЎs de lo que hubiera pensado que era posible sola. TodavГ­a le dolГ­a la pГ©rdida de su hermana y todavГ­a deseaba salir a campo abierto, pero por ahora, Ashton era su patio del recreo.

Se abriГі camino entre las calles de la ciudad y habГ­a algo en particular que le resultaba interesante de estar perdida entre la multitud. Nadie la miraba, no mГЎs de lo que miraban a los otros niГ±os pobres o aprendices, los hijos pequeГ±os o los aspirantes a guerreros de la ciudad. Con su vestuario de chico y su pelo en pinchos cortos, Catalina podrГ­a haber pasado por cualquiera de ellos.

HabГ­a mucho por ver en la ciudad, y no solo los caballos a los que Catalina lanzaba una mirada codiciosa cada vez que pasaba por delante de uno. Se detuvo enfrente de un vendedor que vendГ­a armas de caza desde un carro, las ballestas ligeras y algГєn mosquete ocasional parecГ­an increГ­blemente grandes. Si Catalina hubiera podido agarrar uno, lo hubiera hecho, pero el hombre vigilaba con cautela a todo el que se acercaba.

Sin embargo, no todo el mundo era tan cauto. ConsiguiГі coger un pedazo de pan de un bar y un cuchillo que alguien habГ­a usado para sujetar un panfleto religioso. Su talento no era perfecto, pero conocer dГіnde estaban los pensamientos y la atenciГіn de la gente era una gran ventaja cuando se trataba de la ciudad.

ContinuГі, en busca de una oportunidad para conseguir mГЎs de lo que necesitarГ­a para vivir en el campo. Era primavera, pero eso solo significaba lluvia en lugar de nieve la mayorГ­a de los dГ­as. ВїQuГ© necesitarГ­a? Catalina empezГі a comprobar las cosas que tenГ­a al alcance de la mano. Un saco, cordel para hacer trampas para animales, una ballesta si es que podГ­a conseguir una, un impermeable para resguardarse de la lluvia, un caballo. Indudablemente un caballo, a pesar de todos los peligros que el hurto de caballos conllevaba.

No es que nada de eso fuera verdaderamente seguro. En algunas esquinas habГ­a horcas sujetando los huesos de animales que hacГ­a tiempo que habГ­an muerto, conservados para que la lecciГіn persistiera. Encima de una de las viejas puertas, destrozada en la Гєltima guerra, habГ­a tres calaveras sobre unos barrotes que presuntamente eran los del ministro traidor y sus cГіmplices. Catalina se preguntaba si alguien sabГ­a algo mГЎs.

EchГі un vistazo al palacio desde la distancia, pero solo porque esperaba que SofГ­a estuviera bien. Ese tipo de lugar era para gente como la reina viuda y sus hijos, los nobles y sus sirvientes, que intentaban dejar afuera los problemas del mundo real con sus fiestas y sus cacerГ­as, no para la gente de verdad.

—Eh, chico, si tienes moneda para gastar, yo te haré pasar un buen rato —exclamó una mujer desde el portal de una casa cuyo uso era evidente aunque no tuviera letrero. De pie en la puerta había un hombre que podría haber luchado contra osos, mientras Catalina oía los ruidos de la gente que se lo estaban pasando demasiado bien aunque todavía no había oscurecido.

—No soy un chico —respondió bruscamente.

La mujer encogiГі los hombros.

—No tengo manías. O entra y gánate tu propio dinero. A los viejos sátiros les gustan las que tienen aspecto de chico.

Catalina se fue ofendida, sin tan solo dignarse a contestar. Esa no era la vida que habГ­a planeado para ella. Tampoco lo era robar para obtener todo lo que deseaba.

ExistГ­an otras oportunidades que parecГ­an mГЎs interesantes. AllГЎ donde miraba, parecГ­a que habГ­a reclutadores para uno u otra de las compaГ±Г­as libres, anunciando altos pagos respecto a los otros, o que sus raciones eran mejores o la gloria que podГ­an ganar en las guerras del otro lado del PuГ±al-Agua.

En efecto, Catalina fue deambulando hasta uno de ellos, un hombre de unos cincuenta aГ±os y de aspecto robusto, que llevaba un uniforme que parecГ­a mГЎs propio de la idea de guerra que tenГ­a un actor que el autГ©ntico.

—¡Eh, oye, chico! ¿Estás buscando aventuras? ¿Proezas? ¿La posibilidad de encontrar la muerte a manos de las espadas de tus enemigos? ¡Bueno, pues has venido al lugar equivocado!

—¿Al lugar equivocado dices? —dijo Catalina, sin siquiera importarle que también hubiera pensado que era un chico.

—Nuestro general es Massimo Caval, el más cauto y por todos conocido de los luchadores. Nunca se enfrenta a alguien, a no ser que pueda ganar. Nunca desperdicia a sus hombres en enfrentamientos infructíferos. Nunca…

—O sea, ¿me estás diciendo que es un cobarde? —preguntó Catalina.

—Un cobarde es lo mejor que se puede ser en una guerra, hazme caso —dijo el reclutador—. Seis meses yendo por delante de las fuerzas enemigas mientras se cansan, con tan solo algún saqueo esporádico para animar las cosas. Piénsalo, la vida, el… espera, tú no eres un chico, ¿verdad?

—No, pero aun así, puedo luchar —insistió Catalina.

El reclutador negГі con la cabeza.

—No para nosotros, no puedes. ¡Lárgate!

A pesar de su defensa de la cobardГ­a, parecГ­a que el reclutador podrГ­a darle un coscorrГіn en la cabeza a Catalina si se quedaba allГ­, asГ­ que siguiГі caminando.

Muchas cosas de la ciudad parecГ­an no tener mucho sentido. La Casa de los Abandonados habГ­a sido un lugar cruel, pero por lo menos habГ­a tenido algo de orden. En la ciudad, la mitad del tiempo parecГ­a que la gente hacГ­a lo que querГ­a, con poca participaciГіn por parte de los gobernantes de la ciudad. La ciudad en sГ­ parecГ­a verdaderamente no tener un plan. Catalina cruzГі un puente que habГ­a sido levantado con puestos y plataformas e incluso casas pequeГ±as hasta que apenas habГ­a espacio suficiente para usarlo para su propГіsito. Se hallaba caminando por calles que bajaban en espiral sobre sГ­ mismas, por callejones que de algГєn modo se convertГ­an en los tejados de las casa que estaban a menor altura y que, despuГ©s, daban paso a escaleras.

En cuanto a la gente que habГ­a en las calles, toda la ciudad parecГ­a disparatada. ParecГ­a que habГ­a alguien gritando en cada esquina, proclamando los aspectos de su propia filosofГ­a, pidiendo atenciГіn para la actuaciГіn que estaban a punto de hacer o condenando la participaciГіn del reino en las guerras del otro lado del otro lado del mar.

Catalina se agachaba en los portales cuando veГ­a las siluetas enmascaradas de sacerdotes y monjas ocupados con los inescrutables asuntos de la Diosa Enmascarada, pero despuГ©s de la tercera o cuarta vez continuГі caminando. Vio a una sacudiendo a una cadena de prisioneros y se preguntГі a sГ­ misma quГ© parte de la misericordia de la diosa representaba eso.

En la ciudad habГ­a caballos por todas partes. Tiraban de los carruajes, cargaban a los jinetes y algunos de los mГЎs grandes tiraban de carros llenos de cualquier cosa desde piedra hasta cerveza. Verlos era una cosa; robar uno estaba resultando ser otra muy diferente.

Al final, Catalina escogiГі un lugar fuera de la tienda de un mozo de cuadra, se acercГі mГЎs y esperГі su momento. Para robar algo tan grande como un caballo, necesitaba algo mГЎs que solo un momento de descuido, pero en principio no era diferente a robar un pastel. PodГ­a sentir los pensamientos de los trabajadores del establo mientras estos deambulaban y daban vueltas. Uno estaba sacando a una yegua de buen aspecto, mientras pensaba en la dama a la que iba dirigida.




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